Vives feliz sin reparar en ellos. Y de repente llega un día que
te incomodan. No es exactamente que estés gorda, pero ahí andan los kilos de carne que te sobran. Venalidades como cal blanca que tiene miedo de exponerse al sol.
“En vez de bikini, me pondré bañador, que disimula más”, te dices con un suspiro, pero no dejas de palpar ese delito que has ocultado durante todo el invierno.
Ha llegado el calorcito y ya toca quitarse la ropa y arrepentirse. Y cuando menos te lo esperas, estás pensando con nostalgia en la cintura fina que alguna vez, ( alguna vez, mujer, alguna) entre los 15 y los 30 tuviste, sin apreciar siquiera.
Eso, cuando no te da vergüenza ser tan frívola con la cantidad de gente que por el mundo se muere de hambre; que está a dieta porque no tiene que comer…
Sí que te da vergüenza, por eso buscas una coartada. Te repites que tú no te dejas someter por la tiranía de la moda, que tu preocupación tiene que ver simplemente con una cuestión de salud.
Es una cuestión de salud y, a partir de hoy, harás todos los días ejercicio durante dos horas. Eso te prometes, pero ¿qué apostamos a que no lo haces?
Te falta voluntad pero lo disfrazas de rebeldía.
“ Hay que desafiar lo establecido, ese canon estético que nos imponen”, te inflamas para tus adentros como si estuvieras en un mitin de feministas en Berlín.
La trasgresión te dura lo que tarda en hacerse tarde. Hasta que llega la hora en la que ya es imposible pensar en hacer stepping, que es como se llama en inglés a esa cosa tan rara que practican algunos y que consiste en subir y bajar escalones. O hace mucho viento, como para dar largas caminatas intempestivas, por las Canteras.
La natación también es un deporte saludable y ayuda a mantenerse en forma, te convences y ya te ves a ti misma, hecha una campeona olímpica. O emulando a David Meca y haciendo la travesía entre Fuerteventura y Lanzarote.
Cuando llegue el verano, empezarás a mirarte de reojo en todos los espejos y te gustaría que tus brazos no fueran como los de una recia campesina centroeuropea, diestra en amasar su propio pan.
Brazos rollizos, que no enteramente obesos.
Con gusto dejarías que Shylock, el personaje de El mercader de Venecia, se llevara unas rebanadas…
Los kilos son una medida de peso enteramente absurda.
Una convención, según la cual, si hablas de dinero embelesa y si se trata del propio cuerpo, aterra. Porque somos tontos y no sabemos volver del revés los argumentos.
Habría que brindar por la belleza que se inventa a sí misma.
Dolores Campos-Herrero es autora de libros como “Veranos mortales” y “Fieras y ángeles, un bestiario doméstico” , entre otros títulos.