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Abajo-Felicitación titulada “Resulta que Dios está desnudo”, de Gloria Fuertes a Lola de la Fe en la Navidad de 1972.
Arriba- Lola de la Fe en la playa con Ventura Doreste y Lola en TVE durante el programa “Directísimo”, invitada de José María Iñigo, junto a Alain Delon y a Alberto Cortez.
T.- Buenas tardes, Lola, ¿Cómo estás? Mira, hoy me gustaría que partiéramos de esta felicitación navideña que te dedicó Gloria Fuertes y nos hablaras de tu relación humana con ella dentro del mundo de la literatura. Recuerdo que una vez me contaste que Gloria estuvo invitada en tu casa de Las Palmas… ¿Cómo fue eso?
L.- Yo conocí a Gloria estando destinados en Madrid. Allí, los domingos por la mañana, en el Teatro Lara, durante unos actos culturales que se llamaban “Alforjas para la poesía”, que me parece que los organizaba un periodista o un escritor, donde iban todos los poetas y recitaban. Y allí conocí a Gloria, que me encantó, porque no sabía ni que existía. Cuando la vi, me encantó el estilo de ella, entonces fui a hablar con ella, que, por cierto, tuvo un golpe muy gracioso porque le dije que yo me llamaba Dolores de la Fe y me dice: ¡Uy… tienes nombre de judío converso! Y nos reímos mucho, tú sabes que los judíos se ponían “del Rosario”, “de la Cruz”… Entonces, hicimos bastante amistad mientras estuve yo en Madrid. Y, después, cuando vinimos a Las Palmas, porque tú sabes que mi marido era soñando con su Playa de Las Canteras –de Talavera de la Reina, pero soñando con su playa siempre-, pues… en cuanto pudo, nos vinimos para acá y todos los amigos empezamos a invitarla, y, entre todos, le compramos el billete para que viniera y se quedara en casa, claro, porque yo tenía una habitación disponible.
T.- ¿Tú dónde vivías en aquella época?
L.- En esas casas de aviación en el Paseo de Chil, esquina García Morato. Y… se vino, por fin, ella estaba un poco asustada porque le tiene terror al avión. Incluso decía que en el avión no iba al baño porque la podían chupar desde fuera… Ja, Ja, ja… ¡Podían sacarla al espacio! También conseguimos que el Museo Canario la invitara a dar un recital y le pagara un poquito… ella andaba muy mal de dinero. Entonces, vino a casa por una semana y estuvo un mes entero. Y ya se tuvo que ir porque también tenía otro compromiso, porque si no… sigue. Se sintió muy a gusto aquí, yo creo que tuvo una infancia solitaria o una primera juventud solitaria, porque le emocionaba tanto ver cómo la gente la rodeaba, la arropaba y la quería. Estaba ella… ¡pero felicísima, felicísima! Sí, sí.
T.- Sin embargo, ella daba una imagen de mujer dura, fuerte.
L.- No, más que nada, era la clásica madrileña de barrio. ¿Cómo se llama eso? ¡Castiza! Pero tenía un corazón de mantequilla. Era una mujer buenísima, buenísima. Además, tenía la gracia auténtica, porque no preguntaba… de repente, en una conversación en casa, que ella no sabía que íbamos a hablar de eso, tenía unos golpes estupendos. Mira, por ejemplo, almorzábamos y, normalmente, mis hijos siempre estaban deseando terminar de almorzar para salir corriendo, pues mientras Gloria estuvo en casa, no se levantaban hasta que ella se iba. Cuando ella se iba, se levantaban.
T.- Los tenía a todos entretenidos…
L.- Ay, mira, lo que nos reíamos de verdad con ella… con esa gracia natural que tenía, tan graciosa… y juegos de palabras que tenía a veces. Empezaban a venir poetas y ella se asombraba de la cantidad de poetas que había aquí. Algunas tardes, ja, ja, ja… ¡tuve que sacar hasta la banqueta del cuarto de baño! Fíjate, ¡de gente que había! Si tú vieras qué gente estupenda: Manuel González Sosa, Isidro Miranda, Jorge Rodríguez Padrón… pero… una cantidad de gente… hasta éste… James Kruss, un apellido alemán, él murió no hace mucho, ganó el Premio Andersen, de literatura infantil. Eso le ayudó a ella en el sentido de que él había publicado ya treinta y cuatro obras y traducidas a ocho idiomas, y, entonces, Gloria había publicado solamente “Cangura para todo”, era un libro largo, y le dio un consejo que Gloria siguió y le dio buen resultado: “A los niños, no les escribas cosas largas, porque, por muy interesados que estén, cansan, de tener siempre lo mismo”. Entonces, ya Gloria empezó a hacer cuentitos cortos. Ese libro de “Cangura para todo” es que te mueres de risa, pero claro, es un libro de más de cien hojas que para un niño es mucho.
T.- Entonces, dices que se quedó en Las Palmas un mes, ¿y escribía aquí?
L.- Gloria Fuertes escribía todos los días en mi casa, en una terraza acristalada con vista al Puerto de la Luz; se sentaba en la mesa y a escribir. ¡Qué feliz! En cuanto desayunaba, se ponía la mujer a escribir y a esperar al cartero, porque no sé por qué, pero siempre estaba esperando cartas. Y como entonces era esa época que llamaban “¡carteeerooo, carteeerooo!” Bajaba ella, salía corriendo.
T.- ¿Y qué se veía desde aquel mirador?
L.- Todo, todo, toda la bahía, La Isleta… era precioso, preciosa la vista. Y, luego, desde mi casa hasta el puerto, como se escalonaba hacia abajo por Ciudad Jardín, había montones de árboles y árboles, tú sabes… parecía un sitio distinto. Bien, ella vino y dio su recital en el Museo Canario y yo nunca había visto en el salón de actos del Museo tal cantidad de gente que, arrimada a las paredes, estaba todo lleno, y, alrededor de ella, la gente sentada sobre la tarima… Entonces, ella empezó a recitar. Es que es distinto, porque lees un verso de ella y te encanta, pero cuando ella lo decía es que era extraordinario. Y, no sé… de repente, un grupito malintencionado empezó a tratar de reventar el acto.
T.- ¿Y eso por qué?
L.- Porque decían que… es que ellos habían venido del entierro de un general… eran cuatro o cinco… de ellos, militares retirados… y tenían la idea de que Gloria era comunista o que había vivido en el Madrid “rojo”. Bueno, en aquella época, las cosas estaban bastante… no sé, no quiero decir “tontas”, pero era increíble que se mantuviera todavía esa cerrazón. Y yo me llevé un susto que casi me muero. Una cosa… un ambiente tan grato… y, sobre todo, conseguir que fuera al museo tanta gente joven…
T.- ¿Empezaron a gritar o…?
L.- Sí, sí.
T.- ¿Consignas políticas?
L.- Sí, sí. Menos mal que el entonces presidente del Museo le dijo: “Gloria, si quieres suspender el acto…”; y, entonces, nos fuimos, nos vinimos para casa. Mi casa parecía una manifestación de gente. Nadie se pudo explicar… una mujer inofensiva que no estaba leyendo versos políticos ni nada de tipo político, sino… tú sabes cómo son los versos de ella. Bueno, me molestó mucho, me hizo dolerme y, sobre todo, avergonzarme… mi… mi queridísimo pueblo que hubiera llegado a esos extremos. Pero, sobre todo, qué ocasión de haber reunido tanta gente en un acto intelectual, porque, normalmente, en aquellos tiempos, al Museo no iban sino todos de 50 para arriba, pero no iba gente joven, ¡ni loca! Ja, ja, ja…
T.- ¿Y la llevaste a la playa?, ¿al puerto?, ¿al Parque Santa Catalina?
L.- Sí, claro, pero de eso ya había gente que se encargaba. Yo tenía todavía niños chicos, entonces, otros le enseñaban la ciudad: Manolo González Sosa, Pino Ojeda… en fin, todo el mundo. Pino Ojeda la llevó a una excursión muy bonita a Tejeda y le estuvo contando lo de la “tempestad petrificada” de Unamuno. La gente siempre me la tenía como las cajas de turrón, y, como Gloria había venido como para una semana, traía una maletita pequeña y, cuando se fue, tuvo que comprar dos maletas de los regalos que le hicieron. Fue increíble el cariño que le cogió la gente, y, además, ella era tan llana, estupenda… Venían a verla muchos poetas y recuerdo que vino uno que le entregó unos originales y dice: “No quiero alabanzas, yo quiero que me digas la pura verdad, lo que te parecen mis versos”. Y Gloria se creyó que lo decía en serio y, entonces, cuando leyó los versos le dice: “Pues mira, a mí me parece que estos versos tuyos son como de Espronceda”. ¡Y se puso el hombre de enfadado… que agarró los versos y se marchó! Ja, ja, ja… Y no le dijo más, pero mira, Gloria se lo dijo honradamente, ¡ja, ja, ja!
T.- ¿Y le enseñaste algo de cocina canaria?
L.- No, pero a ella le gustaba, aunque yo no soy muy amiga de recetas. Pero, sí, le gustaba comer la comida canaria. A poco de llegar, recuerdo que se emocionó y me lloró en el hombro, porque una noche que salió a cenar se me ocurrió dejarle un vasito de leche en la mesa de noche, tapadito así, ¡y le emocionó tanto! Porque dice que cuando ella era chica se acordaba de que su madre le había puesto un vaso de leche… Bueno, se me desbarató por completo… Parece mentira, por un detalle tan simple.
T.- ¿Te escribías con ella?
L.- Ay, sí. Me escribía mucho y, sobre todo, cuando se acercaba la Navidad. Una vez recibí una tarjeta que se llamaba “Auto de los Reyes Magos”; también recuerdo muy bien esta felicitación que se titulaba “Resulta que Dios está desnudo”, en la que decía que el niño estaba desnudito… Tengo un montón de cosas de ella más bonitas… Y después, cuando yo tuve que ir a Madrid a un programa de televisión que se llamaba “Directísimo”, que era José María Iñigo el que lo llevaba, al día siguiente, estaba ella en un “stand” en la Feria del Libro, y fui a verla y salimos en un periódico de Madrid que se llamaba “YA”, porque en ese momento la estaban retratando y salí yo. ¡La casualidad de volvernos a reunir y que nos hicieran la foto! Gloria era, la verdad, una personalidad…
T.- Bueno, Lola, está sonando el timbre, mejor lo dejamos por hoy. Otro día nos cuentas tus recuerdos del Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza Pérez Galdós con Carmen Laforet, era el año 1932. Puede que incluso nos sorprendas con algún recuerdo de una Laforet adolescente paseando por Las Canteras… ¡Quién sabe! Gracias por todo, Lola: por tus cosas, por tus golpitos, por tu calma y, sobre todo, por tu buen humor. ¡No lo pierdas nunca!
Teresa Iturriaga Osa.