Durante el verano, en la playa de Las Canteras, los pescadores volvían sus barcas del revés sobre la arena. Esto lo hacían para limpiar, calafatear y pintar el casco de las pequeñas embarcaciones de pesca, a las que solían aplicar a pincel en sus proas, nombres tan variados como Mariposa de la Luz, Carmencita o Dos Hermanos.
Como quiera que los trabajos de reparación eran lentos y tediosos, las barcas permanecían del revés durante varios días.
Uno de esos días conocí a Martina, la hija de un italiano dueño de un restaurante que hacía pocos días había abierto sus puertas frente a mi casa. Martina era rubia y pecosa como su padre, tenía los ojos azules y muy claros. Esa mañana, Martina jugaba sola en medio de las barcas.
Yo correteaba con mi hermano por la orilla de la playa.
Pronto fui sintiendo una especial atracción por aquella misteriosa niña. Le pedí a mi hermano que le llevase un mensaje de mi parte. Mi hermano, dos años más joven que yo, en un principio se negó rotundamente, pero supe convencerle de que se trataba de una cuestión irrenunciable, sólo entonces accedió a comunicarle mi deseo a Martina:
-Dice mi hermano que si quieres ser su novia.
-Dile a tu hermano que se deje de tonterías.
Mi hermano volvió corriendo con la respuesta
-Dice que te dejes de tonterías.
-Tu ve y dile que no son tonterías.
Tony, mi solícito y sufrido hermano, acudió de nuevo junto a Martina.
-Dice mi hermano que no son tonterías.
-Pues si es así, dile que sí –contestó Martina-
Cuando recibí la agradable afirmación de Martina, corrí a su encuentro pero fui reduciendo el paso según me acercaba a ella.
La responsabilidad de aquél primer intento de acercamiento amoroso hacia Martina acabó con mi euforia y me sonrojó absolutamente. Ella, sin embargo, sonreía.
-¿Has besado a algún otro niño? –pregunté.
-Sí, una vez en un zaguán, en Italia -contestó
Mientras hablaba con ella, me puse a cavar un agujero en la arena, junto a una de aquellas barcas vueltas del revés. Cuando el agujero era suficiente para acceder a través de él a la cúpula que formaba la barca, como guiado por un buen demonio, la invité a entrar conmigo dentro de aquella especie de cueva de madera sobre la arena.
Entré y salí varias veces de debajo de la barca para demostrarle a Martina la ausencia de peligro y comprobar que era sencilla aquella manera de conseguir intimidad.
Martina no lo dudó mucho tiempo más y entró conmigo. Una vez dentro le expresé mi deseo de besarla. Olía a mar y a pescado allí adentro y no había apenas luz. Aún así, ella puso sus condiciones.
-Vale, pero con los ojos cerrados.
Ambos cerramos los ojos y acercamos nuestros labios hasta que se tocaron. La sensación fue tan breve, nueva, e intensa, que salimos de debajo de la barca inmediatamente.
Martina y yo, sonrojados, respiramos profundamente y nos despedimos hasta otro día.
Yo estaba feliz, por fin tenía novia.
A los pocos días el restaurante italiano cerró para siempre sus puertas. Jamás volví a ver a Martina.
Mi hermano siguió llevando recados míos a otras niñas; pero a mí, de aquella experiencia, me queda la sensación de aquél beso y de saber que las barcas vueltas del revés sobre la arena pueden contener hermosos sentimientos y no necesariamente un naufragio.