“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Sábado de temperaturas primaverales

Contra viento y marea.

Hombres legendarios y mortales que emulaban a los dioses y atravesaban mares como Ulises. Náufragos con talento, capaces de sobrevivir con su ingenio y reiniciar ellos solos los rudimentos de una civilización. Capitanes intrépidos. Viejos que no leían novelas de amor, pero querían pescar un pez imposible. Caballeros de fortuna y bandera negra, sembrando el terror por todos los océanos. Locos y visionarios redescubriendo prodigiosos mundos submarinos.

Podríamos enumerar hasta el infinito los prototipos de hombres de ficción que se hicieron a la mar y que eran el reflejo de las aspiraciones colectivas, de una determinada mentalidad o de una realidad evidente. Retratos de una época, a veces ennoblecidos. A veces, maltratados.

Sin embargo, en ese bronco mundo de la vida en alta mar también hubo mujeres. Un interesante ensayo del escritor británico David Cordingly nos acerca a esas historias mucho más desconocidas. Relatos verídicos de capitanas, corsarias, esposas y rameras. Mujeres, todas ellas, que vivieron en el mar o sobrevivieron a él.

No hace falta que las imaginemos con una pata de palo o con el desaseado aspecto de los lobos de mar. No he leído, por cierto, la última novela de Zoe Valdés que encuentra su argumento en la réplica femenina de ese azaroso mundo de los filibusteros, pero los casos reales más significativo, en este sentido, son los de Mary Read y Anne Bonny.

De Bonny podemos decir que fue una norteamericana de Carolina del Norte que abandonó su hogar paterno para seguir al hombre del que se había enamorado. De profesión pirata, naturalmente.

En cambio, Mary Read llegó a ser bucanera por otras circunstancias, pero dicen que era tan feroz y decidida como cualquiera de los hombres con quienes navegó.

Hay, por tanto, algunas corsarias, pero son la excepción, porque lo más corriente eran las mujeres que se disfrazaban de hombre.

Las mujeres que ocultaban su sexo y se enrolaban en un barco y se hacían a los usos y hábitos de la marinería. Y tal era el grado de identificación, o el empeño por hacer bien su papel que, al llegar a puerto, acudían a las burdeles, junto al resto de sus ruidosos (y seguramente embriagados) compañeros.

Estas mujeres travestidas de varón pasaban por ser grumetes o jovencitos barbilampiños, una condición que, muchas veces, las ponía a salvo de las seductoras profesionales de los lupanares de tierra.

El ámbito de estudio de este ensayo, titulado naturalmente Mujeres en el mar, es el anglosajón. Por lo tanto, a él se ciñe y en nombres como Hannah Snell encuentra la marinera más famosa de todas, un personaje que “pasó cuatro años y medio de la década de 1740 sirviendo en el Ejército y en la Armada haciéndose pasar por hombre y sorprendió a sus compañeros cuando finalmente decidió revelarles que era un mujer”.

Claro, que no fue la única. Las baladas populares que inspiradas en estos hechos se escribieron en los siglos dieciocho y diecinueve hablaban de varias y no dudaban en afirmar que daban este paso por amor.

“Pero todos los datos existentes apuntan a que la mayoría de las mujeres que se embarcaron vestidas de hombres lo hacían por pura necesidad económica o porque querían huir de su pasado”.

Tenemos también que decir que las heroínas ocupan otro capítulo importante. Y si nos preguntamos cómo alcanzaban la gloria en el siempre difícil mundo del mar, tendremos que respondernos que de dos formas. O bien tomando el mando de un barco en apuros, cuando el capitán, a la sazón su marido, se encontraba gravemente enfermo. O en sus puestos de farera.

Grace Darling es un ejemplo de esto último. Su caso se contó exhaustivamente en todos los periódicos de la época y su fama llegó a ser tal que recibió peticiones de matrimonio y cientos de cartas que solicitaban un mechón de sus cabellos.

Cuando ayudó a su padre, farero de profesión, en el salvamento de los supervivientes de un vapor que había naufragado en la costa de Northumberland, se convritió en lo que ahora denominaríamos un fenómeno mediático.

Llegó a ser toda una heroína nacional, “aunque sus hazañas son insignificantes comparadas con las de la norteamericana Ida Lewis, quien durante 30 años estuvo al frente del faro Lime Rock en el puerto de Newport, en Rhode Island”, dice el autor de Mujeres en el mar.

“Durante ese tiempo, prosigue, salvó a 18 personas y, en algunos casos, arriesgó su vida para rescatarlas”.

El caso más relevante de una esposa que al enfermar su marido, se tuvo que hacer cargo de una situación desesperada, motín incluido, fue el de Mary Patten. Asumió el mando del barco, un clipper del mismo tamaño que el Cutty Sark y rodeó el Cabo de Hornos hasta llegar a San Francisco.

Tuvo su mérito, pero también fue sorprendente el arrojo y valor de balleneras como Mary Lawrence y de otras mujeres, mucho más invisibles. Simples esposas que, desde la soledad de sus casas, esperaban a que regresara del mar un ser querido.

Historias que son muy parecidas a las que escribe el popular Patrick O’Brien.

Aventuras, en la mayor parte de los casos, sin finales felices. Sin agradables y tranquilizadores desenlaces.

Dolores Campos-Herrero es autora de Fieras y ángeles, un bestiario doméstico, editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria

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