Quiso parecerse siempre a la modelo y actriz ocasional por la que James Dean perdió la cordura. Fue al cirujano, pero no la tenía en el muestrario.
– ¿Pier Angeli?- interrogó extrañado- No, no tenemos ese prototipo.
Le pareció rara. El consejo de bio-ética le habría aconsejado un test psicológico en profundidad, un Roscharch de manchas marchitas o cualquier otro cuestionario.
Una mujer que quisiera parecerse a otra que casi nadie conocía, no podía estar en sus cabales. Podría estar desaconsejada la intervención. Pero él no era psiquiatra, tan sólo cirujano plástico. Hacía su trabajo de forma impecable y los motivos de las mujeres y hombres que pasaban por allí no eran de su incumbencia.
“Además, ¿ quién no está un poco loco en estos tiempos”, se consolaba siempre.
– No, no tenemos ese prototipo- dijo.
Había un modelo con cierto aire Lauren Bacall y boca de boa constrictor. Y había un rostro de pómulos altos y ojos achinados, ideales para anunciar cerámica de baño.
Para las más jovencitas estaba aquel Penélope Cruz de labios arremangados y nariz perfecta. Y otro que triunfaba mucho entre las señoras de edad más que madura era el que se denominaba Forever Young, Joan Collins. Era caro, muy caro. Porque, no sólo incluía la corrección y restauración del rostro, sino también una actuación total. “ Intervención plena ”, lo llamaba su equipo.
La paciente que ahora se sentaba con las piernas cruzadas frente al genio de la reconstrucción, todavía no la necesitaba. Aparentaba 37 o 38 años.
La evaluó con la mirada y le puso una cifra.
Claro que tuvo que admitir que la ropa, a veces, engaña.
A la mujer, la imperfecta, impaciente, insatisfecha, compulsiva de esa tarde, le costaba perder la timidez.
– También quiero el cuerpo de Cher- dijo, finalmente.
– Eso es largo y costoso, pero no imposible. En primer lugar, permítame que la examine- pidió con cierto cansancio.
Había días en los que, al cirujano, los cuerpos no le decían nada. Seguramente era que había perdido la pasión de sus primeros años de ejercicio, cuando era capaz de leer tantas cosas en aquella geografía humana que se le ofrecía anhelante.
Primero, en la consulta. Después, en la mesa de operaciones.
La de esa mañana era más llenita de lo que aparentaba. Aquel vestido, de corte al bies, sin duda, la estilizaba.
– Una liposucción en vientre y muslos- empezó a enumerar.
Era como los viejos tenderos que canturreaban, al tiempo que anotaban cosas en su libreta de deudas.
– Talla 95, por favor- dijo la mujer, enrojeciendo, mientras el cirujano estético le examinaba los senos.
– Ajá- replicó el médico.
Las gafas que se había puesto para el examen le daban una mirada fría.
– 95-60-85 –pidió la chica-
– Para rebajar la cintura, en estos casos se eliminan un par de costillas- advirtió el facultativo.
Hizo una pausa y añadió: “es doloroso”.
No importa, no importa, aseguró ella.
La mujer cerró los ojos con ese gesto de “me tiro de cabeza” que ponía cuando hacía algún gasto exorbitante con la tarjeta de crédito.
Cuando terminó el reconocimiento y se hubo vestido de nuevo, el médico le sonrió comprensivo. Le dio unas palmaditas en las manos que había dejado entrelazadas, con evidente tensión, sobre la mesa que los separaba y se enfrascó en las anotaciones pertinentes del caso.
Ella estaba nerviosa.
– Ya verá, lucirá muy bien en bikini en la playa de Las Canteras- le dijo-. Pero queda otra cosa ¿ qué hacemos en la cara? ¿ por qué modelo se decide?. Píenselo bien, porque tiene que quedar satisfecha. Quiero que cuando se mire al espejo por las mañanas, se sienta una mujer dichosa.
La chica ( vamos a llamarla así, al fin y al cabo, 38 0 39 años no son tantos) tomó el catálogo con prevención.
La agitación por lo importante que era el momento se notaba en aquella manera temerosa con la que pasaba, una tras otra, las hojas del catálogo.
Tenía la cabeza gacha y una mata abundante de cabello le ponía sombras oscuras en la linde de los pómulos. Durante un instante el médico la observó con esa curiosidad que siempre le despertaba lo que estaba a punto de perderse.
Había algo hermoso en el rostro. Algo que se parecía mucho a las torpes declaraciones de amor que se escriben en la arena.
– Quiero este- dijo señalando aquel modelo que elegían tantas clientas esa temporada.
Después de la decisión, respiró con alivio.
El cirujano, en cambio, sintió el ruido de la ola. El mar que borraba mensajes.
Las palabras comunes que, de tan sentidas, hasta parecían bonitas.