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La Playa de Las Canteras: “La gran terapeuta de nuestra ciudad”

Me gustas serena, inquieta o cuando tu espuma brava salpica,

te encuentro siempre ahí, para ofrecer lo que eres.

Cada día cambias mostrando lo simple y lo grande : playa, mar,

hermosa hasta cuando te enfadas.

Yo te llamo “mi gran terapeuta”, “pila bautismal”:

asumes nuestros males del alma y del cuerpo,

nos devuelves mejor de lo que éramos antes de dejarnos tocar por tus aguas y tu arena.

En tus mejores días, cuando te pintas de vivos colores y muestras tu cuerpo entero, absorbes las miradas de propios y extraños,

entonces te conviertes en musa platónica, embrujadora referencia, amor eterno imposible de olvidar.

Gracias por abrazarme siempre que lo necesito.

Gracias por dar sin pedir nada a cambio,

Gracias por estar, mar, por lo infinito de tu generosidad.

Podría hacer una oda al desastre, a lo que siento cuando observo el mal que te hacen los ciudadanos, pero hoy no quiero, porque si es verdad que hay mucha gente que hace daño a esta maravilla que se llama Playa de Las Canteras, también lo es que miles de ciudadanos la adoran.

Me rompo, como muchos, cuando veo alquitrán, suciedad en el mar, cuando le escupen, a sus aguas, a nuestras aguas, los barrancos, lo peor: el descuido de los políticos y la incultura de los ciudadanos en forma de aguas fétidas, trastos, basuras, etc.

Pienso que las grandes soluciones no pueden dejar de lado a las pequeñas: es preciso educar a los jóvenes y los mayores para que sean conscientes de que no se puede enterrar colillas en la arena, pues bien fácil es guardarlas en una botella de agua vacía o lata de refresco, etc., y tirarlo todo a la basura. Escupir es a veces inevitable, pero hay que ir preparado con servilletas para no hacerlo en la arena que tanto niño/a y resto de ciudadanos usan. Los perros, esos maravillosos animales de compañía, no pueden bajar con sus dueños y tampoco las personas, por supuesto, amparados en la nocturnidad para hacer sus necesidades en la arena.

Este espacio, que casi es el único en el que podemos estar de una forma razonable, cerca de la naturaleza en el centro de la ciudad, tiene su clientela según el momento y hora del día y de la noche, porque es “de Todos”, pero debemos cuidar de que así sea, de TODOS.

Es sin duda un espacio para soñar, cada uno según su necesidad y deseos, pero es necesario cuidarla para que no se convierta en un estercolero por la desidia o el maltrato de propios y/o extraños.

Hasta otra ocasión

Esther Alayón Araña (psicóloga)

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