A mi nieto Alex
El reboso es para la playa como un premio. La playa a su vez se pasa el año suspirando por los grandes rebosos equinocciales, el del comienzo de la primavera y, todavía más, el del otoño. El del otoño, con las famosas mareas del Pino, es el más tradicional, el más clásico; también en el que se producen olas más espectaculares. El de la primavera, en cambio, como todo lo correspondiente a esta estación saltarina, es risa pura es, se podría decir, el champán de las estaciones. El reboso de primavera de Las Canteras es juguetón. No asusta a los niños, más bien los divierte. Los niños le faltan al respeto a la mar y se le suben a las barbas de las olas aprovechando el primer reboso de su vida, con gran alarma de los mayores y alborozo por parte de la grey infantil. Nunca pasa nada en un reboso. El reboso es como el gran tiovivo de la orilla. Al Ayuntamiento no le cuesta un duro y la chiquillería se divierte libre de los entremetimientos municipales de los que los niños empiezan a estar muy pronto hartos. Los “surferos” celebran estos días sus fiestas rituales. A lomos de sus caballitos de mar ejecutan apasionantes danzas marinas en las espaldas curvas, húmedas y brillantes de las grandes olas, o se adentran en los amenazadores túneles que se abren como nestorianas fauces que fingen querer engullirlos para siempre.
Las zonas de reboso son varias, situadas en sitios estratégicos de la avenida. En el pasado lo fue la de la Puntilla que hoy ha perdido importancia con los cambios operados en la playa en los últimos tiempos. En la Puntilla, a la altura de la calle Tenerife, se producían las más grandes y hermosas olas que yo haya visto jamás. En las mareas del Pino, ya lo hemos contado en otras ocasiones, las olas atravesaban la calle Sagasta hasta llegar cerca de la Pescadería, pasada la calle Albareda. Lo que ocurría más allá de la Cícer, por el otro extremo, vamos a dejarlo para otra ocasión. Sin apartarnos mucho, en Punta Brava, tenemos otro punto importante de reboso. La chiquillería ha disfrutado allí de lo lindo jugando con el peligro de la ola gigante al estrellarse en el rompeolas del paseo. Nos resta la zona de la Peña la Vieja, con sus imponentes trenes de olas encrespadas y sus intentos de subirse a la avenida a lo largo del muro donde se encontraba el antiguo colegio Viera y Clavijo femenino. Todo ese muro, que más tarde fue reforzado, estuvo y sigue estando bajo los efectos de los enfados de la marea que barre los Lisos. Y ya nos encontramos en el Muro Marrero, que es a donde quería yo llegar, y en el que en su tiempo se producía, sobre todo en el tramo de su comienzo, a la altura de la terraza de “El Gallo feliz”, el mayor espectáculo acuático de saltos de trampolín de toda la playa. Ese domingo por la mañana todo contribuye. La marea de reboso, el sol radiante, la playa llena, la brisa suave impregnada de olor a marisco fresco, la avenida cuajada de paseantes. La alegría salta entre la gente. Las mamás sacan a pasear a sus bebés, concebidos justo para que cumplan el primer año de vida antes del verano, en los flamantes cochecitos. Decenas, cientos de bebés sonriendo, lloriqueando, cientos de madres radiantes, hablando a voz en grito, como bandada de gaviotas que se ponen a alborotar todas a la vez.
¡Ah, la Primavera! Es el momento oportuno para que el Magistrado-Juez Arcadio Díaz Tejera, disfrazado de Neptuno, tridente en mano, enfundado en su negro traje de submarinista, que por allí realiza su habitual baño de entrenamiento, aparezca montado a lomos de la ola más grande que se levanta, para anticipar la fiesta de la “neptunalia” con motivo de conjurar la pertinaz sequía. Aunque bien pudiera ser igualmente que la cólera de la Justicia ante tantas “injusticias” como se suceden en esta sociedad predadora, opte por salir a la calle, a tomarse la justicia por su mano.
Estampas de la memoria (Remitido)
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