Es cierto. La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria nació y creció de espaldas al mar. Las murallas defensivas, que se levantaron para protegerla de los ataques piráticos, le sesgaron la contemplación del mar, maestro de lo serio, de la salud y de la fortaleza, sin el que nuestra alma serla un alma sin porvenir en Celeste Prado, retomando las palabras del ilustre Alonso Quesada.
Ciudad costera, pues, extraña al flujo y reflujo de las mareas. Extraña por todas partes menos por aquella que se llama Playa de Las Canteras.
Costó descubrirla, pero cuando se hizo nos permitió, desde este solar Atlántico de Alonso Quesada, arañar el horizonte mudo y ser insulanos. Por ella hemos amado el horizonte. Y haber amado el horizonte es insularidad, como ya nos dijera el también nacido en una isla, pero ésta al otro lado de nuestro océano, el premio Nobel de Literatura, Derek Walcott.
Hasta 1852 la ciudad habitó a la sombra de los muros. Fue entonces cuando empezaría el derribo de las murallas. Dos años más tarde se aprobaría el proyecto de creación de la carretera al Puerto de La Luz y comenzaría así nuestro andar hacia la modernidad.
Allá, pasados los arenales, la Playa de Las Canteras nos enseñó el horizonte y nos puso cara al mar. Aquí, en este lado, en la Playa, miramos al mar; en la otra franja del litoral el mar está detrás de un sinfín de barreras arquitectónicas, construidas por nosotros mismos, que nos lo hacen lejano, pero la Playa nos lo acercó y nos obligó a otear más allá de nuestras fronteras. La Playa nos trajo gentes de todos los lugares, nos enseña un Teide, referente, identificador, y nos muestra todos los atardeceres posibles. Todos los atardeceres son distintos en la Playa. Hubo alguien que devotamente retrataba cada día el atardecer en Las Canteras, sabedor de la diferencia de cada uno. Estaba en lo cierto. Nunca es igual esta Playa. Es lugar de relación, de ocio y ensimismamiento. Todos vamos a la Playa. Sí, con mayúsculas. Es nuestra. Inigualable paraje natural también sufrió explotación industrial; y aún hoy sigue amenazada por insensatas agresiones de los empeñados en asfixiar el pulmón, el único, de una ciudad y sus gentes que no pueden existir sin Las Canteras.
Resulta insólito, tal vez porque nos es tan cotidiana y necesaria, que sean tan escasos los intentos que hasta ahora se han hecho de desentrañar la vida de Las Canteras; por eso, margullar en la Playa de Las Canteras, escarbando en sus valores geológicos y biológicos, en las referencias históricas de siglos pretéritos, en el planeamiento urbanístico, en sus edificios, en su característica de centro primordial de socialización de los residentes en la capital grancanaria y en su valor de inventora del turismo en las Islas, entre otros muchos aspectos, como ha hecho José Barrera, es descubrimos una de las fundamentales razones de la condición de ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria.
Aquí se concentra buena parle de la historia natural, arquitectónica, sentimental y económica de una urbe cuyo futuro está irremediablemente ligado a esta Playa, sujeto de todos los tópicos ideados pero no por ello manidos. La Playa de Las Canteras es un referente vital que nos marca y nos seguirá marcando mientras la ciudad sea ciudad y nosotros sus ciudadanos.
Vicente LIorca
Las Palmas de Gran Canaria, 10 de abril de 1995