“Hay un espectáculo mayor que el mar… el cielo”. Victor Hugo

Miguel ‘el abuelo’: “Todos los días me acuerdo del Chacalote”

Se cumplen 10 años del naufragio del Perico en La Isleta

Este mes de julio se han cumplido 10 años del naufragio en el que perecieron los pescadores Juan Casalla Saavedra el Chacalote y Gregorio Santana Moreno Boro. Miguel Alejandro Artiles Núñez el abuelo fue el único superviviente de la tragedia, ocurrida  frente a la costa de La Isleta.

“Todos los días me acuerdo del Chacalote”, afirma hoy el abuelo sentado con su padre -también Miguel- junto a la estatua que se levantó en La Puntilla en 2007 en homenaje a sus compañeros fallecidos.

Miguel el abuelo era un crío de 17 años cuando salió a pescar de madrugada en el Perico -un clásico barquillo canario de pesca de dos puntas y 7 metros de eslora- en compañía de Boro, de 46 años, y el Chacalote, de 51.

“Yo ya salía a pescar con 10 años, mi abuelo fue pescador siempre en El Confital, teníamos una caseta”.

Amanecía cuando el Perico encalló en la baja de la Picoreta, a unos 150 metros de la costa.

“Sucedió aclarando el día, el barco encalló de buenas a primeras y otra marea lo volcó; estábamos echando las artes, ese día íbamos a la morena y a los trasmallos, íbamos a empezar a largarlo cuando pasó”.

Miguel tiene manos de pescador recias y ásperas, y el rostro curtido de muchas mareas. “Todos los días me acuerdo del Chacalote, siempre estaba con él, desde chiquillo, era una persona muy buena”.

A Juan Casalla el Chacalote lo querían tanto y su desaparición junto a su compañero Boro causó tanta conmoción que uno de sus amigos, el pediatra Valentín Ruiz (hoy desaparecido), impulsó la escultura que perpetúa su memoria. Juan es la figura que pesca sobre el varadero del Victoria, obra dele escultor Chano Navarro Betancor

“El Chacalote llevaba el timón, yo iba echando los trasmallos le dije ¡cuidado Juan!”

Miguel reconstruye aquella madrugada que marcó su vida. Hay que imaginarse la escena. Cuando el barco se dio la vuelta, clareaba el día y los marineros vestían botas y trajes de agua, un atuendo indicado para protegerse del frío, pero no para nadar.

“Juan sabía nadar, yo creo que le dio un infarto”. En los primeros instantes, el joven le dio un banco del barco para que se agarrara y se mantuviera a flote mientras iba a buscar a Boro, que había desaparecido.

Al poco Miguel se dio cuenta de que el Chacalote había muerto, como pudo subió su cuerpo a la Picoreta, la baja en la que habían encallado.  Usó también la roca de atalaya para vintentar avistar a Boro.

No lo vio y se echó a nadar hacia la costa aún vestido con el traje de agua para buscar ayuda.

Alcanzó tierra y subió el risco por la zona militar por un lado muy escarpado que cualquiera tildaría de inaccesible. En el camino se encontró un camión al que pidió ayuda, pero el chófer le dijo que acudiera a los militares y no le prestó más atención.

Siguió corriendo, llegó a hasta los militares, pidió ayuda y los efectivos de emergencia se pusieron en marcha. El helicóptero encontró el cuerpo sin vida de Boro cerca de la orilla.

Hoy Miguel el abuelo sigue pescando los fines de semana y todas las tardes que le deja libre su trabajo como reparador de redes.

“Yo creo que me salvó la juventud y por la sangre que tiene uno de estar siempre en el agua. Todos los días me acuerdo del Chacalote”.

Foto portada. Miguel “el abuelo” junto a su padre en la estatua en homenaje a Juan “el Chacalote”

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