“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Viernes: con la brisa del norte llegan las nubes

Cerca, pero lejos “La cabaña de la Peña de La Gaviota” por Mariano de Santa Ana

Foto: Peña de La Gaviota, El Rincón, años sesenta.

La cabaña de la Peña de La Gaviota, sepultada cuando se construyó la variante de El Rincón, es uno de los elementos de la memoria de la ciudad que más movimiento genera en las redes digitales.

La obsesión contemporánea por la memoria viaja a lomos de las redes digitales. Brazos armados de la globalización, éstas transmiten enfermedades del alma -la sensación de que todo sucede en otra parte, la disociación entre el tiempo interior, discontinuo, de la mente y el tiempo acelerado y exacto, del mundo exterior- pero a través suyo también, individuos que tal vez no se conocen intentan mitigar los efectos de esas dolencias crónicas y comparten en tiempo real recuerdos de un lugar concreto. El ejemplo de la cabaña de la Peña de La Gaviota, desaparecida en los años noventa por la construcción de la variante de El Rincón, es elocuente. En muros de Facebook, como Las Palmas ayer y hoy, y en sitios como Flickr o Panoramio, en los que se puede colgar fotografías en línea, la evocación de aquella casa situada a la salida de la ciudad y que quedaba aislada en el mar cuando subía la marea, genera una alta participación de las comunidades de usuarios.

Según comentan unos y otros navegantes de la red, la cabaña de la Peña de La Gaviota habría sido construida a finales de los años cincuenta por un bombero. Muchos la describen como un potente detonador de la ensoñación infantil que se activaba desde el coche familiar, cuando el vehículo iba o venía por la carretera del Norte, y, a través de la ventanilla, aquel elemento idiosincrático del paisaje de Las Palmas desfilaba fugazmente ante los ojos pero persistía largo tiempo en la imaginación.

“Cerca, pero lejos”, como dice la periodista Marisol Ayala en una entrada que le dedicó en su blog, la cabaña de la Peña de La Gaviota había sido construida sobre la enorme roca con tablones pintados de azul celeste. Tenía un techo a dos aguas, una empalizada alrededor y una pasarela de madera y soga que la conectaba con la playa de El Rincón. Pese a que engancha con una larga cadena de imágenes arcanas de separación del mundo, resulta llamativo el poder para agitar la memoria colectiva de aquella estampa, la de aquel hombre que, mar mediante, se aislaba de la ciudad o, como apunta otro cibernauta, se “arrinconaba”, para estar a solas con su propia memoria.

La expansión de las tecnologías de la comunicación, y los factores económicos, políticos y sociales que se involucran en ellas, son, como se ha dicho hasta aquí, una de las causas que explican las convulsiones de la memoria contemporánea. Pero hay otras no menos importantes. Entre ellas el hecho de que ahora resulta más difícil designar los límites de una ciudad. Ya no nos es dado trazar una divisoria clara entre la urbe y el extrarradio, pero hasta hace unas décadas era hegemónica todavía la ilusión de que los dominios de la una y del otro eran plenamente identificables. Por aquel entonces la cabaña de la Peña de La Gaviota se alzaba sobre el mar como un hito que marcaba el límite norte de Las Palmas. Luego vino la ampliación de la carretera y con ella el derribo de la cabaña, el entierro de la peña y la dispersión de la ciudad.

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