“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Algo nuboso, temperaturas agradables

Habitación con vista

Por Montse Fillol.

A veces las vistas dicen mucho más de lo esperado. Durante mucho tiempo viví en casas sin vistas. Volcadas hacia el interior. Casas donde se escuchaba el mar. Sin embargo, y de manera azarosa ahora me encuentro en una casa volcada hacia el exterior. Al principio me costaba mirar hacia fuera. Quizás era la falta de costumbre. Mirar hacia dentro puede convertirse en un hábito. Así que tuve que apostillarme en ese recuadro de la ventana durante días, a veces a ratos y aprender a mirar de nuevo con otros ojos y oídos.

Cuando me mudé lejos de la playa, lejos del horizonte que sentía cercano pensé que por alguna razón había elegido un tipo de destierro. Había abandonado el mar. O quizás el mar me había abandonado a mí. Los primeros días echaba de menos su brum, brum nocturno. Había escuchado el mar desde distintos lugares del barrio de Guanarteme. Y lejos de acunar mis noches, su murmullo me sumergía en una intensa vigilia. El mar tan cerca no acuna. El mar y su movimiento de claridades y oscuridades se parecen al alma. El alma revolviéndose con la arena, con la espuma y chocando contra las piedras. ¿Cómo dormir en medio de esa profundidad? ¿Cómo despertarse sin tener la sensación de haber recorrido muchas millas de un lado a otro de la playa de las Canteras?.

Desde la ventana se ve un retazo de cielo. (Vivo en el piso 12). Las nubes están cerca. A lo lejos en los días diáfanos se ve un trozo de mar que parece pintado porque es silente y confinado a un azul intenso. El Confital, a lo lejos, casi siempre envuelto por el viento. Y con su punta del Zoco extendiendo su abrazo. Nunca había visto un trozo de mar tan abrazado. El barco De Armas deja su estela en el mar tres veces al día cuando viene y va a Tenerife. Desde aquí parece un barco de papel.

Casi delante y rehaciendo una escalera al cielo, se dibuja la silueta del Hospital Negrín; la casa de la salud. La casa donde se sana, se consuela, se sufre, se acompaña, se espera, se anhela, se observa, se indaga en la vida y en la muerte. La casa de la salud que da cobijo gracias a sus moradores, cuidadores y médicos. En otro plano las arterias de tráfico, que circundan la casa de la salud. Un tráfico endiablado y pujante que dibuja el absurdo empeño de girar cerca de la vida y la muerte. Con una fuerza centrífuga que a veces atrae y otras acaba repeliendo. No sabía hasta qué punto el retazo de la ciudad que habito me puebla de una manera tan insistente. Cuando me asomo a la ventana, sé que esta versión del horizonte me encontraría. Y sin darme cuenta estaba tan cerca, muy cerca. Un horizonte, quizás tan distinto o tal igual, pero al que miro con otros ojos. Un horizonte que da sentido a lo que escribo y escribiré a partir de ahora. Y sobre todo un horizonte sobre el cual trazar la vida e indagar en las claridades y las oscuridades del otro como si fuera el mar. El mar apenas sugerido. El mar tan cerca.

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