“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Tarde agradable. Más claros que nubes

Ser player@, de la Playa de Las Canteras. Vicente García: ” Mis recuerdos”

Resulta que, no hace mucho de esto, bajando yo por el frondoso barranco de Guayedra, en la cara Norte del Pinar de Tamadaba, me encontré pensando, de buenas a primeras, en nuestra querida Playa de las Canteras. Me asaltaron un montón de ensalitrados recuerdos, así de repente. Creo que, al contemplar el mar allá abajo, fue lo que hizo que se me encendieran las luces de pasadas vivencias y recuerdos playeros. También pudo ser el rumor del mar, que llegaba apagado, como con sordina, y se mezclaba con el sonido que produce el viento entre los pinos. Por cierto, que este peculiar sonido del aire entre las agujas de los pinos, me hace recordar siempre, a la resaca del mar cuando arrastra los callaos. Bueno, por lo que sea, el caso es que me senté a la sombra de un frondoso pino canario a escribir algunas cosillas y reflexiones sobre el pasado, presente y futuro de nuestra Playa de las Canteras.

Una vez ordenados los recuerdos, voy a ver si no me enredo y los hilvano de manera coherente. Con la rapidez que emplea el pensamiento me trasladé al año 1.945, envuelto en mis primeras correrías playeras. Tendría yo 12 o 13 años (¡Jo!). Me vi corriendo a echarle mano a un pulpo que había salido de su cueva, y se arrastraba por los mariscos. Esto fue allí, por la zona de los Lisos, frente a la casa de Don Antonio Armas. Resbalé al pisar el musgo de color canelo clarito, que parece seco, y me pegué un talegazo de Guinnes. Se me levantaron los dos pies-sincronizados, de medalla de oro-y caí de culo. En peso. Al recordarlo me duele la rabadilla. Sucedían cosas, quizás más importantes, pero por alguna razón, hay hechos cotidianos que se conservan indelebles en nuestra mente y están prestos a salir a las primeras de cambio. Un recuerdo enlaza con otro y “veo” la seba entongada en la orilla, sobre todo en el tramo entre el Muro Marrero y Punta Brava. Al final de la calle Kant aparcaban los vehículos que se la llevaban. Los transportes eran de tracción mecánica y animal. Los de tracción animal, eran unos carros tirados por burros, que llevaban el depósito de combustible colgados en el pescuezo, en unos pequeños sacos. Millo o cebada, supongo yo. El encendido y acelerador era un látigo de soga o cuero. El freno, una buena y dentada retranca, ayudado por la voz de su amo…¡so buurro!. Los de tracción mecánica eran unas pequeñas camionetas. La cabina del conductor era, a ojos actuales, jurásica/neolítica. El asiento, relleno de crin de caballo, o algo parecido, durísimo y con el eskay que lo forraba todo cuarteado. Los laterales, sin puertas. La bocina, parecida a una pera, de las de ayuda, y sonaba: ¡Pue,Pue!. El arranque, una manivela que si no andabas listo y atento al retroceso del giro, te podía partir un brazo. La dirección, eso si, asistida…por dos robustos brazos. La seba era llevada a hombros, en cestas pedreras, desde la orilla hasta los vehículos. Por lo visto, estas algas mezcladas con otros elementos ecológicos de alpendres, eran un excelente abono para la agricultura. Tirando del hilo del tiempo, recuerdo que la Playa de aquel entonces, comparada con la hoy, ha cambiado bastante. En mi primera juventud (hoy tengo cuatro o cinco por lo menos), por mi zona, de la Peña la Vieja a la Cicer, la rubia arena se mezclaba, en varios tramos, con piedras y cascotes, restos de muros y casas en construcción, avanzadilla del progreso. Hoy día se mantiene razonablemente limpia. Ahora por eso de la arena limpia, una vez la trajeron de los Arenales, por donde estaba la Batería, allí por encima del Estadio Insular. Venía mezclada con púas de tuneras indias; la de los tunos colorados. Esta dichosa arena la soltaron por allí, enfrente de donde hoy están los helados Peña la Vieja, y cuando salíamos del agua muertos de frío, para tendernos en la arena calentita, nos quedábamos llenos de púas. Parecíamos las almohadillas que usan las costureras para los alfileres. ¿Me explico? Pero eran picadas salubres. Hoy día a pesar de la limpieza, si te pones en la arena sin toalla, lo menos que te puede dar es un paralís. Otra cosa, estaba prohibido subir a la Avenida en bañador. Tenías que ponerte una camisa o un albornoz. ¿Te imaginas? Tiempos. En cuanto a los amigos, tuve la fortuna de tener varios. Disfrutábamos de la Playa a tope. Haciendo competiciones de natación, carreras, saltos de longitud, maratones, lucha canaria, otra clase de lucha que llamábamos “ cachascán”, así como suena. En inglés creo que se escribe, catch as you can, que viene a ser algo así como: agárralo como y por donde puedas. Hacíamos otras competiciones que eran bastante peligrosas. Se trataba de deslizarse a pecho descubierto por la orilla, a ver quién llegaba más lejos. Aprovechábamos cuando la ola se retiraba y quedaban dos o tres centímetros de agua, más o menos, sobre la arena. Hombre, primero limpiábamos la pista. Tú verás. Sebando olas-sin tabla-bugui. Tirándonos del Muro Marrero con poca altura de las olas; algún accidente hubo. Había un juego que llamábamos: fincho, huevo, araña o caña, al fútbol playero…con frecuencia, en el fragor del partido, tropezábamos con algún saliente rocoso, y el dedo gordo nos quedaba como una coliflor. Tornasolado. Hasta frío me entra. La uña, primero se quedaba canelita, luego, azul-fula, después negra, negra. La primera cura era con pimentón y arena. A los tres días se caía, claro. Los partidos eran a los ocho o diez goles o hasta que el cabo Medina mandaba a parar. Otro juego era el monta la uva, monta garbanzo, monta en este borriquillo manso, también se le conocía como “churro”. Al que se iba antes de tiempo, recibía un” lique”: una patada porculo. ¿Recuerdan jugar a piola?… a la una la mula, a las dos el reloj, a las tres…sigan ustedes. ¿Y que me dicen de los membrillos machucados en los marisco y lanzados a las olas? ¡Que bien sabían!…agridulces como estos recuerdos. Sabores de juventud y de despreocupación. También teníamos otros entretenimientos menos… ¿cómo diría yo…? menos violentos, más civilizados. Los sábados y domingos por la tardecita organizábamos bailes. Recuerdo los de Marrero en la calle Ferreras, y en la casa de Paquita Asensi cerca del Trocadero. Orquesta: un pickup, pista… la azotea, música: en forma, foxtroxs y boleros de los agarraditos…todos morenitos de revista, sin bronceador. Nosotros oliendo a Varón Dandy y ellas… a gloria. ¡Dios, que recuerdos más bonitos! Quizás se pueda llamar a esa época, nuestro pretérito perfecto. Tengo algunas anécdotas playeras, pero creo que las contaré cuando sea mayor y las desclasifique. Pensando yo que éramos unos playeros impenitentes, o mejor dicho, ”Playeros de Toda la Vida. Así, de remplón, parece que esta frase refleja a quién ha pasado muchos años en la Playa. Bien, vale, pero además de eso, La Playa tiene que haber pasado por nosotros. Yo pienso que es una marca de fábrica. Es un sello indeleble que nos condiciona. Que nos pone de mal humor cuando pasa algún tiempo y no percibimos el olor del salitre, el sonido del mar, el color de esos atardeceres…¡quita para allá!. Yo diría que ese apelativo encierra una parte importante, si no la más, de nuestra vida. Abarca niñez, mocedad, juventud, y vivencias irrepetibles que solo se dan en entornos playeros. Además se consolidaron amistades, y más, enraizadas en tantísimos juegos, pandillas, guirreas…en algún bailillo que otro…todo eso y algunas cosillas más, nos hicieron ganar el sobrenombre de Playeros. No solo había mar, sol y playa. Estabas tú, y tú también amigo, amiga. Yo añado que un playero sin mar cercano, se puede morir como un pájaro chirringo enjaulado, de tristeza. Todo eso para mi significa ser eso…Playero de Toda la Vida. Cavilando sobre el presente de la Playa de las Cantera, al actual señor concejal de playas le haría una sugerencia: le diría, por ejemplo, que se tomara un buen buche de agua por la zona del Auditorio Alfredo Kraus, y pusiera rumbo a la Puntilla. Caminando. Verá que al llegar por Pinito del Oro a la altura de la calle Kant, la función fisiológica del cuerpo humano se pone en marcha a todo reventar. Entonces verá que tendrá que caminar más deprisita, sin saludar a los amigos, metiendo el estómago hacia adentro y trincando los dientes para tratar de llegar a tiempo-, sin desparramarse-, a los baños-aseos públicos más próximos. ¡Hombre, por Dios!, pongan dos o tres baños públicos, que es una hermosa Avenida de varios kilómetros de longitud. Siguiendo con mis divagaciones, pienso que para que el porvenir de la Playa no sea un futuro imperfecto, habrá que tener cuidado con la invasión de la arena. Esa arena, de la que tanto presumimos, que parece mansita, pero que puede hacer mucho daño. Reflexionando sobre causas y efectos me atrevo a opinar sobre el tema. El apunte que voy a hacer es tan simple, que hasta miedo me da decirlo. Antes de construir la Avenida, que al fin y al cabo, es un muro de contención, la arena tenía una salida natural hacia los Arenales. Recordaremos que llegaba hasta -y más allá- de donde hoy está el Real Club Náutico. Bien. Allá voy. La naturaleza-no voy a descubrir la pólvora, eso es trabajo de chinos- no se puede parar con muros. Ella sigue su ciclo y si no le dejan su camino natural, busca otros, como hacen las corrientes marinas, o como en este caso, la arena, que se amontona y retrocede con el consiguiente daño para la flora y fauna playera. Bueno, ¿por que no se intenta imitar, con honestidad, a la madre naturaleza? Sustituyamos al viento en su ruta milenaria con artilugios apropiados al caso. Con un-atento a lo que expongo- y vigiladísimo cuidado, aliviar a la Playa de la rubia arena, que si no fuera por las barreras artificiales, no estaría donde ahora se encuentra.

Si no se toman medidas, no me quiero imaginar como será nuestra Playa dentro de unos años. Sería horroroso tener que decir algún día:”aquí hubo una vez una peña que se llamaba…”

Vicente García Rodríguez

Agosto de 2.008

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