“Hay un espectáculo mayor que el mar… el cielo”. Victor Hugo

Simbad y la sirena.

Todos conocemos la historia de Simbad el marino, pero mi abuela me contó que cuando ella era muy pequeña, le escuchó esta historia a su abuelo, que también fue marinero.

Contaba que Simbad no sólo era un gran marino sino un joven de gran belleza y oscuros y profundos ojos negros. Donde quiera que el barco llegaba, Simbad dejaba a tres o cuatro hermosas mujeres pensando en él noche y día, haciendo cierto lo de que los marineros en cada puerto dejan un amor.

Un día de terrible calor en alta mar, decidieron bañarse todos los tripulantes del barco en aquellas limpias aguas, echaron el ancla y se fueron a disfrutar del frescor del mar. Simbad, que era un gran nadador se sumergió en sus profundidades admirando la belleza de sus fondos, cuando se encontró con la mujer más hermosa que había visto en su vida, esta se le acercó y le ofreció sus hermosos labios de un rojo coral.

Simbad estaba tan extasiado que no se había dado cuenta que era una bella sirena, solo sentía que si sus labios permanecían unidos, él podía respirar perfectamente, la sirena le llevó a la superficie y allí el joven se dio cuenta de que estaba besando a una sirena. Esta le confesó que estaba enamorada de él desde mucho tiempo atrás. En otros mares, una vez que le vio asomado en cubierta, le dijo que desde eses día, había seguido sus pasos a través de distintos mares. Simbad se sentía alagado y acariciaba el pelo de la hermosa sirena mientras esta hablaba. Ella le dijo, que le ofrecía que se fuera a vivir al fondo del mar donde seria inmortal. Simbad estaba como hechizado por aquellos ojos verdes, pero al llegar a este punto miró el azul del cielo y dando un profundo suspiro, se alejó nadando a gran velocidad hacia su barco, al tiempo que le decía a la bella sirena, que el no podría vivir sin sentir la brisa en su cara. Al llegar a la escalerilla se volvió a mirar a la sirena, esta no se había movido de donde estaba, sus ojos le miraban penetrantes y le dijo -No podrás estar con ninguna otra mujer, mi recuerdo te acompañará siempre- y diciendo esto se hundió en el mar. Simbad respiró tranquilo. Pasaron los días y por fin llegaban a puerto Simbad estaba deseoso de llegar, pues había una bella tabernera que siempre le esperaba.

Nada más atracar, se encaminó a la Taberna, allí estaba Sara una mujer hermosa que le recibió con los brazos abiertos. Cuando la estrechó entre sus brazos le pareció ver el rostro de la sirena, pero, no quiso pensar en nada, se dirigieron a la planta alta y mientras entre besos Simbad le quitaba la ropa, de pronto el rostro de la bella Sara se convirtió en algo horrible, difícil de explicar y su bello cuerpo se volvió gelatinoso y lleno de ventosas, como si de un pulpo se tratara. Simbad retrocedió horrorizado, mientras la bella Sara, ajena a lo que el veía se le seguía acercando. Cuentan que el joven huyó despavorido y que en ese lugar todavía recuerdan sus gritos. Cada vez que el joven volvió a intentar acercarse a una mujer ocurría lo mismo. Dicen que el joven Simbad vivió condenado a la soledad por culpa de aquel hechizo de la sirena. Hay quien dice que murió solo en su barco y otros dicen que aún navega solitario y que a veces en alta mar, aún se pueden escuchar sus lamentos.

Pepi Núñez

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