“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Buen tiempo, día de playa

Historias del Correillo La Palma. “Hice la vuelta a La Isleta…y no me quiero ni acordar” por Vicente García Rodríguez

Fui a Tenerife por dos motivos. Uno deportivo y otro contemplativo. Octubre de 1956. Aclaración con un pequeño prólogo para situarme en el relato. Deportivo, porque fui allá para subir el Teide, caminando, con dos amigos, Luís Báez y Luís Arencibia. He subido varias veces más, pero en aquella ocasión tuve la suerte de ver, desde el Pico, a las siete islas, tranquilitas y sosegadas ellas en aparente amor y compaña. Quién lo diría.

EI otro motivo se refiere a que aproveché el viaje para hacerle una contemplativa e inocente visita a mi futura. Las costumbres de la época no daban más de si; la mano y gracias. Lo que nos perdimos, mi amigo. Ni del bracillo podías pasear con ella. Dios nos libre. Había ido a examinarse de piano, aprobó con nota, pues en Gran Canaria no había conservatorio de música. Sin comentarios ¡.

Bien, vamos a lo del correillo que Dios lo tenga en el varadero. La travesía fue de noche. Buque, La Palma.

Por loquequieraqué, ese viaje se me ha quedado grabado en la memoria de manera especial. Por un lado, pienso, fueron las ganas con que fui a por las dos cosas -a una más que a la otra- y por otro, la paliza sin piedad que significó viajar en uno de los honorables representantes de la flota de la Trasmediterránea en las islas Canarias.

Hay un libro titulado “Dos años al pie del mástil”, de Richard Henry Dana, hijo, que relata en uno de sus pasajes la vuelta al cabo de Hornos. Salvando las distancias, no muchas, al leerlo años más tarde me vino a la memoria la vuelta a La Isleta en correillo. Aquí suplico a quien esto lea, un poco de fantasía imaginativa para sentirme distendido en el siguiente relato. Gracias. Allá vamos.

Uno de tantos recuerdos que llevo conmigo de esa travesía es la proa del honorable; me parece estarlo viendo, incrustándose en el seno de las enormes olas, partiéndolas en dos y la popa levantada con sus vergüenzas helicoidales al aire.

El chirgo que sentí, lo juro, me cortaba el mareo infrahumano que tenia metido hasta el tuétano. La velocidad, por decir algo, del navío, debía de ser de unos seis nudos por hora. El nudo tiene 1.852 metros. Echen Vds. un cálculo. Cualquier mediano oleaje lo zangoloteaba que era un gusto, pero él no se arrugaba. Si acaso, le crujían un poco las cuadernas. Con la inconsciente temeridad de los ignorantes, se metía de frente sin medir riesgos, atacando a los mares que se te venían encima.

Eran atrevidos estos vaporcillos. No esperaba a las olas, negras y amenazantes, no señor, iba a por ellas y además con ganas. No les entraba derechito, no, sino que astutamente se escoraba con toda su pachorra hacia estribor, y cuando la ola lo aguardaba por allí, la embestía por babor desarmándola por donde la mar menos lo esperaba. En estos enfrentamientos el veterano esquife siempre salía ganador, eso, porque Dios es grande.

Emergía la proa con la soberbia de los iluminados, se sacudía la espuma y rociaba todo lo que se le ponía a su alcance. Los mares que nos habían abordado, volvían a sus orígenes saliendo a chorros por los imbornales igual a pequeñas cataratas. Nuestro hombre sin perder el porte, con complejo de Q.M.II, tomaba carrerilla y a por la siguiente marejada. A veces le costaba un buen pantocaso.

La gateras [orificios circulares para dar paso a los cabos de amarre) en las amuras de proa yo creo que le servían de ojillos avizores, mirando a dos bandas como las aves, a babor y a estribor, controlando el incansable oleaje. Dentro de lo malo aquello era un bello espectáculo. La Maquina contra Fuerzas Naturales. Afortunadamente la Madre Naturaleza se dejaba ganar, que si no… Luego, pasada la vuelta a La Isleta, encontramos mares un poquillo más tranquilas. No mucho.

(Continuará).

Vicente García Rodríguez.

Miembro fundador (1954) del Grupo Montañero de Gran Canaria.

Publicado en www.pellagofio.es

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