“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

El Gobierno de Canarias declara la alerta por fenómenos costeros a partir de las 22.00 h. de este jueves: la previsión meteorológica apunta a mal estado del mar con oleaje de mar combinada de cuatro a seis metros de altura.

Recuerdos playeros de los años 50: de la Casa de los Picos a la calle Galileo

(Foto: La famosa Casa de los Picos, situada en el barrio de San Roque)

Yo nací en San Roque el 24 de marzo del 49, donde tuve mi buena niñez, estudié en el Colegio del Rey, también en San Roque. Recuerdo que, entonces, de pequeñita, los domingos íbamos a la Playa de las Alcaravaneras, iba con mi madre y mis hermanas. Yo soy la más chica de nueve hembras, de nueve hermanas. Y mi madre hacía un arroz amarillo con una simple fritura, una botella de agua, dos panes, y ésa era la merienda que se llevaba a la Playa de las Alcaravaneras, porque íbamos allí a las doce, después de almorzar. Luego ya, a los nueve años, yo iba a la Playa de las Canteras con una familia y mi hermana Yolanda los tres meses de verano, y era en la calle Galileo. Ése fue mi gran recuerdo que tengo, que no se me olvida. Yo voy a Las Canteras, hoy tengo 55 años, y si yo voy a Las Canteras y no llego a la calle Galileo… para mí no he ido a Las Canteras. Tengo allí mi nostalgia de mi niñez. Todos los días íbamos a la playa por la mañana y las cinco de la tarde íbamos a pescar a las rocas. Solamente era una tansa y, en la punta, para pescar, un anzuelo. Mi hermana Yolanda y yo cogíamos los pescados con otros niños más: Mª Teresa, Caycha, Maesa, Pepe, Moisés… Luego, cuando cogíamos pescados, eran de colores, eran pescados pequeñitos, veníamos corriendo -como niñas que éramos- frente a la calle Galileo. Justamente, yo me quedaba en una casa, donde estaba el almacén de Telefónica, y allí había un chico que se llamaba Pepe. Recuerdo que tenían dos gatos preciosos, uno de ellos se llamaba “Capitán”. Nosotros, cuando llegábamos con el pescado, del mismo anzuelo, el último pescado que se pescaba, se lo traíamos al gato. Ya él sabía que todas las tardes le llevábamos pescado y nos estaba esperando. Le echábamos el pescado y se formaba una gran fiesta porque nos poníamos a brincar y los gatos brincando, y nosotros todos de fiesta porque él ya comió. Era una cosa a diario, era una cosa… Luego, también, este chico, Pepe, nos daba los clavos grandes para jugar en la arena al famoso juego del clavo, y hacíamos competiciones y formábamos allí, a lo mejor, una peña de diez o doce niñas y niños, a jugar al clavo. Y el que iba perdiendo se tenía que ir a bañar. Nos podíamos bañar hasta las dos de la tarde. A partir de las dos de la tarde, no nos dejaban bañar, no, porque ya era el almuerzo y después podías hacer una mala digestión. Y como vivíamos allí los tres meses, pues… por la mañana estábamos bien en el agua y ya por la tarde era ir a pescar, pasear en Las Canteras, jugar… Nos poníamos a jugar también a saltar y todas esas cosas.

Y luego, para los fuegos, para las hogueras de San Pedro –o de San Juan, no estoy segura… era uno u otro-, nos daban ropa, hacíamos un gran muñeco, y de la calle Galileo a La Puntilla, íbamos montones de niñas y personas mayores también con “Facundo”, le decíamos “Facundo” al muñeco. Íbamos por Las Canteras con él y, cuando llegábamos al final, en la punta, había un solar allí, en la misma esquina, poníamos a “Facundo” y le pegábamos fuego. A cualquiera le pedíamos que nos diera una cerilla y estábamos allí hasta que ardiera “Facundo”; después, regresábamos a casa de la señora donde estábamos nosotros. Y una de las veces, el señor dueño de la casa donde nos quedábamos en la calle Galileo nos vio y nos dijo: “¿Qué hacen ustedes aquí con los niños?” Dice… “No, porque está Facundo…” Y él dice: “ ¿Pero ustedes están locos?” Hoy es cerca, pero en aquel entonces ir a La Puntilla era lejos. Ya hoy es normal, pero antes no te dejaban alejarte mucho con niños pequeños. Pero aquello era una aventura, una cosa preciosa… ay, qué bonito… bonito, bonito, bonito.

Y después, había barcas de remo en Las Canteras, y te subías y era un paseo muy cortito, porque tenías miedo, no sea que te cayeras. Recuerdo también que yo aprendí a nadar allí, porque a mí me enseñó a nadar José Manuel, un niño de seis años. Yo tenía en ese entonces… tenía… once años. Yo no sabía nadar y él me dijo: “Toma esta rueda de coche para que aprendas a nadar”. Antes se aprendía a nadar con una cámara de coche, porque no existían flotadores, y yo me la puse. La cosa es que yo me tiré por El Charcón en Las Canteras, me tiré de una peña con el flotador de rueda de coche y, según me tiro, por los pies me sale la cámara, y cuando me vi en el fondo, casi me muero. Él se metió enseguida, me hizo cosquillas, salí a flote y me dice: “Pues si saliste ahora, tienes que ir aprendiendo”. Y, gracias a él, he aprendido a nadar. Cada vez que lo veo, él va a mi casa de San Roque, ya tiene 49 años, José Manuel, y cuando va, siempre nos ponemos a nombrar eso. Precisamente, a él le pasó lo mismo que a mí y también a las hermanas Mª Teresa, Caycha, Maesa… que siempre hablamos de la calle Galileo, porque no sabemos el motivo… y siempre hablamos de ese sitio.

Pero mi gran nostalgia era cuando, por ejemplo, aquellas noches de luna podíamos estar fuera hasta las nueve de la noche… las niñas jugando y los niños… y nos poníamos a decir cuentos, a hablar… a decir chistes… y siempre te queda a ti aquella ilusión tan grande de tu niñez. Cuando van pasando los años, aquello no se te puede olvidar nunca. A mí jamás se me ha olvidado. Jamás se me ha olvidado. Aún me acerco a ver la puerta esa de la casa de la calle Galileo que tiene por fuera dos farolitos muy bonitos… Ahora hay un bar, un restaurante… Y yo no sé porque tengo esa gran nostalgia, será que lo pasé muy bien. A todos nosotros, ese tiempo se nos quedó en el corazón… sí.

Foto: El Coleccionista de Instantes 

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