“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

El Gobierno de Canarias declara la alerta por fenómenos costeros a partir de las 22.00 h. de este jueves: la previsión meteorológica apunta a mal estado del mar con oleaje de mar combinada de cuatro a seis metros de altura.

Tres relatos sobre la “playa del Arrecife”

Estos textos fueron los relatos ganadores de una concurso literario organizado en el año 2004 por www.miplayadelascanteras.com



“La cruz de coral” por Alejandra Planet Sepúlveda

Soy un hombre buscado. Una recompensa de aplausos tendrá el que me encuentre y un sitio de honor en Isla Coral.

Salí hace un año a una playa desconocida, sin nombre y tan bella como su isla, a vivir una de esas aventuras inolvidables. Mi gran anhelo era Surfear en esas olas que superaban los veintidós metros de altura y correr sus crestas, a pesar de lo helado de su mar, hasta que terminaran mis vacaciones.

Cuando llegué a la isla, hice amistad con uno de los lugareños conocido como Tiburón , ligero y audaz en su forma de surfear. Se le consideraba el mejor de la región y era el orgullo de todos los que residían allí.

La gente de la isla no miró con buenos ojos nuestra amistad. Algunos pensaron que deseaba aprender las técnicas del Tiburón y otros, que me llevaría para siempre a su campeón a Playa Arrecife, de donde yo venía.

Un día , planeamos ir a surfear al otro lado de la isla, donde el mar parecía zumbar y nadie osaba poner su tabla. Fue antes de nuestra aventura, cuando el Tiburón me regaló su cruz de coral en homenaje a nuestra amistad. Yo, al ver su gran gesto, le prometí llevarlo a Playa Arrecife, distinguida por sus arenas rubias, su oleaje majestuoso y sus tibias aguas.

Colgué la cruz de coral con un cuero de pescado en mi cuello y nos subimos a las tablas para correr sobre una alfombra de coral que yacía bajo las olas. Surfeamos como nadie, disfrutamos en las crestas y pareció que danzábamos, deslizándonos por las aguas.

Cuando salí del mar, esperé a mi compañero, pero mientras secaba mi tabla, noté que el Tiburón no aparecía .

Fue entonces, cuando una ola lo trajo de vuelta a la arena. El Tiburón tenía la cabeza ensangrentada y parte de su tabla rota, todavía unida a su tobillo por la cuerda. Fui hacia él y traté de socorrerlo, pero fue inútil. Lo último que hizo antes de morir fue apuntar con su dedo hacia mi cuello, donde se movía la cruz de coral. No comprendí lo que quería decir, pero luego descubrí que había caído en los corales. Cuando le informé a su gente, nadie me creyó y con odio me culparon de su muerte y de robar su cruz de coral. Logré huir y, desde ese momento, me paso las noches en las crestas de las olas surfeando, esperando que se cansen de buscarme, ansiando el día en que vuelva a Playa Arrecife y que esta aventura, por fin, termine.

 

“Entre dos estaciones” por Alicia Rivero López “Andorra”

Mañana hará cuatro meses que empezó tu viaje a esa otra dimensión de la que desconocemos todo, todo excepto que es infinita. En esa aventura no hemos podido ser compañeras como hemos sido en otras tantas ocasiones.

Sigo sintiendo tu ausencia como si fuera algo material.

¡ME DUELE! Mañana volveré a la Playa del Arrecife y aspiraré en la brisa tu aliento y buscaré tu silueta en cada punto del horizonte. Y, por la noche, buscaré en la arena, porque ahí debe de haber polvo de estrellas, origen de la vida, y recogiéndolo, podré recuperarte en esta otra orilla de la existencia en la que, apostados y exhaustos, te esperamos.

Dime al oído, ¿qué forma adoptarás para regresar? Quizás la de una escultora con “manos inspiradoras, pero no creadoras” como solías decir. No, probablemente, actriz. ¡Ya lo sé… bailarina de tangos! Ahí está todo reunido, en un tango. Amor, desamor, pasión, dolor, traición…o sea, la vida.

Por favor, dímelo al oído, que necesito saber que esta soledad que no acepta tregua alguna, me va a dejar levantar la mirada más allá del dolor y que aprenderé a vivir en esta dimensión compartiéndola con los que aquel día de primavera dejaste rotos. Ahora que empezó el otoño te espero, mientras ellos buscan setas, nosotras escuchamos música y compartimos las lluvias y los soles.



“Entre atardeceres y arena” por Alejandra Planet Sepúlveda

De vez en cuando vuelvo a Playa del Arrecife. Me gusta caminar descalza por sus arenas rubias y observar la inmensidad del mar, mientras las aves sobrevuelan sus aguas adornadas de hermosos veleros y barcas de múltiples colores.

Antes de las vacaciones, no sabía que existía Playa del Arrecife. Quizás, visité lugares cercanos, pero no suponía que en sus paisajes, recobraría esperanzas ya muertas. La rutina en mi matrimonio había apagado, implacable, cualquier ilusión y la belleza de mi vida.

En uno de esos ocasos de verano, cuando el sol se oculta de a poco, mientras pensaba en mi soledad, vi a lo lejos un velero amarillo que navegaba tranquilo en las aguas. Se agitaba despacio y sobre él, la silueta de un hombre con gorro de capitán, que parecía observar el infinito del mar.

Todos los atardeceres, me dirigía a la playa y cuestionaba mi vida, que a pesar de tener una linda familia, cada día se oscurecía más. En esas tardes, el mismo hombre estaba siempre con su velero. Un día, en un impulso inconsciente, le hice una seña y él me contestó con su mano alzada. Casi morí de la impresión. Desde esa vez, siempre nos saludábamos desde lejos y las mariposas en mi estómago hacían erizar mi piel, reviviendo el noviazgo con mi marido. Era bonito volver a sentir esas sensaciones después de tanto tiempo, aunque fuera por un desconocido.

Desde el hotel, donde estábamos hospedados, mis hijos salían en la madrugada a surfear, mi marido a pasear, y yo me preparaba para mis atardeceres, de arena y aventura.

Durante mis caminatas en Playa del Arrecife, miraba el velero amarillo y a su misterioso navegante. No me importaba su edad, ni siquiera quién era, sólo me interesaba sentir la emoción del encuentro.

Con el avanzar de los días, mi marido se mostraba más alegre. Playa del Arrecife también le había hecho bien, por lo menos conversábamos y en las mañanas salíamos, juntos, a conocer las maravillas de la zona.

Una tarde me invitó a pasear. Al principio, inventé cualquier excusa porque quería ver al hombre del velero. Sin embargo, vi en sus ojos esa complicidad que siempre me apasionó y no me pude resistir. Me dijo que sería una sorpresa y una aventura inolvidable. Acepté, curiosa. Nos acercamos a la playa y me mostró a los surfistas, las barcas y por último, los veleros. Me puse nerviosa. Creo que lo notó y sonriente, se puso su sombrero de capitán y me invitó a subir al velero amarillo .

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