“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

La Peña de la Vieja (Cuento)

Ya había amanecido. Nayra, sentada, con su gánigo (escudilla de barro cocido), preparaba su gueina (gofio amasado) de adago (leche) y gofio de cebada. A ella le agradaba más con charcerquén como era muy golosa, le gustaba más esta dulce miel de mocan (un árbol), pero su madre no tenía aquel día. Nayra terminó de comerlo, y también su trozo de queso tierno de oveja. Luego, se acercó a la cabra blanca que tenía, le ató al cuello una cuerda de junco y salió con ella, seguida de sus dos crías.

– Madre, voy con la jaira (cabra) y las baifitas (crías de las jairas) a la montaña, para que coman hierba fresca toda la que quieran.

Después de las lluvias la hierba está tan crecida que parece que todo el campo tiene un gran manto verde.

– Tigotán (el cielo) está hermoso, no creo que llueva. Anoche Taziri (la luna) no llevaba ese cerco que se pone cuando anuncia

lluvia. Alcorac (Dios) se ha apiadado este año de nosotros y nos ha mandado agua en tal abundancia como para tener frutos para nosotros y pasto de sobra para nuestro ganado. Y también alpiste… y ehoén (cebada) suficiente para nuestro gofio… -dijo la madre.

¿Lo habrá hecho por todo lo que le han pedido las harimaguadas (sacerdotisas)? Fue muy hermoso el día que las vimos en Agaete, danzando con las ramas y castigando al mar con ellas, mientras imploraban a Alcorac… Sí, fue muy bonito – comentó Nayra.

– Sí que lo fue, pero pienso que Alcorac las habrá oído a ellas que son unas santas mujeres, pero también a nosotros. Todos le hemos rogado mucho para que terminara aquella sequía que ya duraba cuatro años, y ya ves… durante varios días, Tigotán (el cielo) dejó caer, como una hermosa cortina de hilos de plata, el agua limpia y fresca.

Ha sido la suficiente como para tener un año feliz, porque el agua lo regó todo.

Este año el Bellesmen (fiesta de la recogida de los frutos), será hermoso.

– ¿Iremos, madre?

– Sí, yo creo que sí, y le ofreceremos a Alcorac un cordero y frutos de nuestra cosecha.

– ¿Y me podré poner el collar y la pulsera de caracoles blancos que me trajo padre de Agáldar?

– Creo que sería mejor que lo guardaras para otra ocasión… Con tanta gente podría perderse, ¿no te parece? Con unas flores en el pelo estarás muy guapa.

Las dos rieron y se besaron. ¡Qué unidas estaban!

Vete al monte, si quieres, pero ten cuidado y no vengas tarde que a tu padre no le gusta.

La niña reunió las cabras y subió monte arriba, donde la jaira se puso a pacer mientras las baifillas triscaban contentas y balaban como niños perdidos. El día estaba brillante. Nayra se sentó al sol, con los brazos alrededor de las piernas, casi tapadas por el tamarco (traje) de piel de oveja que llevaba, dejando vagar la mirada por aquellos campos florecidos, mientras sentía sobre su rubia cabeza y su cara un sol tibio y una suave brisa. Frunció los ojos y a través de sus largas y espesas pestañas, vio como un soplo de vida que salía de la tierra, un humo suave que se elevaba al cielo.

De pronto, inquieta, se levantó de la hierba y empezó a coger florecillas de colores, con las que fue formando un pequeño ramillete que se colocó con gracia en el pelo.

– ¡Nayra!… ¡Nayra!… ¡Nayraaaaa!…

La voz de su amigo Ayran, un chiquillo algo mayor que ella y que apacentaba el rebaño de su padre, la sacó de su labor.

– ¡Aquí estoy, Ayran! ¡Aquí estoy!

El chiquillo se acercó a donde estaba la niña.

– Tamaragua (buenos días) – dijo.

– Sansofé (bienvenido) – contestó ella.

El chico era moreno, con unos enormes ojos azules. Sobre la cabeza, para protegerse del sol, llevaba un guaypil (especie de sombrero) de piel de oveja, lo mismo que su tamarco, que era casi igual al de la niña. Sus pies se cubrían con unos guaycos (calzado en forma de botines) de piel de cabra. Al hombro llevaba una cuerda de junco de la que colgaba el tejuete (zurrón).

– Hoy has venido más tarde, ¿no?

– No, no lo creo… Magic (el sol) estaba en el mismo lugar de siempre. Será que tú has venido antes.

Así será… Pero, ¿por qué has venido hoy por aquí, tan cerca de la cueva de Jaura la bruja?

– No es bruja, sólo es vieja.

– Bruja, vieja y mala. Dicen que tiene pacto con Gaviot (el diablo).

– No lo creo.

– Pues es verdad. Pero, mira, a lo mejor no tiene pacto, no, sino que ella misma es guayota (el diablo).

El chiquillo se rió.

– Oh, qué cosas dices… Ella no hace nada malo.

– Eso te lo crees tú.

Mientras así hablaban los niños, no se dieron cuenta de que los baifillos y la jaira se habían acercado a la cueva de Jaura, y ramoneaban algo que la vieja tenía plantado.

Un grito estridente dejó aterrados a los niños, y vieron aparecer, corriendo tras los animales y tirándoles piedras, la visión más terrorífica que imaginarse pueda.

Jaura era una mujer con el pelo blanco, que le caía en sucias guedejas sobre la cara muy morena; por debajo del tamarco que la cubría dejaba ver unas piernas largas y flacas como palillos. Con sus manos huesudas, sarmentosas, de uñas negras y afiladas como de ave de rapiña, amenazó a los niños mientras les gritaba:

– Tenías que ser tú, Nayra, tú y tus malditas jairas. Pero os castigaré a ti y a ellas, que convertiré en aulagas del camino.

Y como en aquel momento pudo atrapar a la jaira, puso las manos sobre ella y en aulaga quedó convertida, lo mismo que sus dos crías.

– ¡Ahora voy por ti y tu amigo!

Los niños, ni que decir tiene que corrieron con toda la ligereza que sus jóvenes pies les daban, y así, saltando entre las piedras, arañándose con aulagas, tabaibas y balos, corrieron monte abajo

hasta llegar a la Playa de Las Canteras, y sobre sus tibias y doradas arenas siguieron corriendo sin descanso.

Pero la bruja, quizás por eso, porque era bruja, corría más que ellos, y ya los tenía muy cerca cuando les gritó:

– No corráis más, no vais a escapar, nadie puede librarse del castigo de Jaura.

Y alargando como una zarpa su mano huesuda, la clavó sobre el brazo de Nayra, que sintió un fuerte dolor y un miedo inmenso.

Ayran cesó de correr y se dejó caer rendido sobre la arena.

– Ya os tengo a los dos. Ahora os convertiré en chuchangos (caracoles de tierra)… no, mejor en burgados (caracoles de mar),

y después os voy a tirar al mar. Ahí pasaréis vuestra vida… ja, ja, ja… dos miserables burgados, eso seréis, dos burgados… Ja ja, ja…

La brujea se reía llena de alegría, cuando se oyó una voz que dijo:

– No, Jaura… No serán dos miserables burgados. ¡Suéltalos!

– ¿Por qué he de hacerlo?… ¿Quién eres tú, que no me temes?

– Soy Cobura, el hada de estas playas y de estos mares.

Ante ellos estaba una mujer bellísima. De sus hombros caía un amplio manto azul como el mar, que cubría un rico traje pegado a su cuerpo, todo cubierto de escamas de plata. En la cabeza llevaba una corona de oro engarzada con hermosas perlas.

– ¡Pues no los dejaré! ¡Odio a los niños, y a éstos, más!

-¡Sí lo harás! ¡Déjalos ir! No te lo volveré a repetir.

– ¡Jamás!

-¡Tú lo has querido!

Y sacando su varita mágica, ya la iba a dirigir hacia Jaura cuando la bruja, huyendo de ella, se adentró en el mar, nadando. Lo hacía tan ligera como un pez.

– ¡No, no huirás! -le gritó Cobura-. Conviértete en piedra… una hermosa peña… y ahí quedarás. Ya que no quieres a los niños, te verás rodeada de ellos para siempre.

Los niños, asombrados, vieron cómo, muy cerca de la playa donde estaba Jaura, ésta se convirtió en una hermosa roca oscura, a la que el agua en seguida empezó a acariciar.

El hada tendió las manos a los dos niños, ayudándoles a levantarse de la arena, mientras les decía:

– Volved a vuestra montaña. Y tú no te apenes, Nayra: tus baifitos y su madre están bien, con el castigo de Jaura se ha roto el hechizo que las tenía convertidas en aulagas.

Los niños, muy contentos, le dieron las gracias y se marcharon.

Ha pasado el tiempo, pero aún hoy puede verse frente a la hermosa Playa de Las Canteras, una gran roca muy oscura, recubiertos sus lados por un bonito musgo verde brillante. Sobre ella juegan los niños y jóvenes que, como trampolín, la utilizan para lanzarse al mar, y otras veces la toman como punto de llegada para demostrar lo mucho que ya saben nadar. Es frecuente oír decir esto:

– ¡Ya sé nadar! ¡Fíjate que ya llegó a la Peña de la Vieja!

Lo dicen con cierto orgullo.

Sí, amiguitos: aquella Peña es Jaura, que después de tantos siglos y por estar siempre con ellos, ya quiere a los niños, ya no quiere volver a ser la fea bruja mala, a quien nadie quería. Ahora se siente feliz oyéndoles hablar, jugar y reír, y le alegra que todos la encuentren importante y hermosa. Sí: Jaura ahora es buena.

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