“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Tarde agradable: nubes y claros

El poeta que paseaba por la playa (Recordando a Manuel Padorno)

El poeta recorre la playa de punta a punta. Lleva un cigarro pegado a la comisura de los labios, una gorra de marinero de tierra adentro y generalmente una camisa a rayas que le sirve para meter el mechero, la caja de tabaco y una pluma con la que ir trazando los versos que se le ocurren mirando las olas. El poeta está sólo en medio de la gente, concentrado en el rumor del Atlántico y en la textura de la arena que pisa descalzo como si a cada paso estuviera estrenando o reconociendo el mundo. Si le saludas te saluda tímidamente levantando la mano con mucho cuidado de no alterar la quietud de las gaviotas y los alcaravanes que sobrevuelan su sombra de rastreador de sueños imposibles.

El poeta estuvo muchos años en el continente y compartió éxitos, vinos y largas noches de bohemia y de versos improvisados en la madrugada con los otros grandes poetas de su generación. Pero el poeta echaba de menos el mar, y dicen que algunos lo llegaron a ver alongándose en el Paseo de Rosales de Madrid o mirando fijamente el agua del estanque del Retiro. No hacía más que husmear todos los horizontes buscando el salitre y el olor a sebas de Las Canteras. Por eso regresó el poeta, y por eso andaba a todas horas por la playa como si estuviera con hambre atrasada.

Sus espejuelos reflejaban siempre el brillo de las aguas, y jamás dejaba de oler como lo hacen los perros viejos y medio ciegos para no perderse en las sombras o en los falsos cantos de sirenas. Porque con lo que sí soñaba el poeta era con escuchar alguna vez los verdaderos cantos de las sirenas, y le daba igual naufragar o vagar por los mares como un Ulises desnortado y sin rumbo. De haberle pedido alguien que dijera un deseo, él seguro que hubiera elegido ser marinero a la deriva. Pero el poeta dejó de bajar a la playa, y ni siquiera le atisbábamos asomado detrás de las ventanas de Punta Brava. A lo mejor fue que las sirenas cantaron finalmente para él. Los viejos marineros de toda la vida andan contando en donde Los Momos que le han visto algunas tardes detrás de la Barra mirando cómo el sol viste de rojo los contornos del Teide. Al parecer está con otros náufragos como él que por las descripciones de los marinos bien pudieran ser Homero, Daniel Defoe, Stevenson, Alonso Quesada, Manolo Millares, Tony y José Luis Gallardo o Pepe Hierro. El poeta sabía a ciencia cierta que nunca iba a estar lejos de Las Canteras. Ni tampoco solo. Ni mucho menos muerto.

Santiago Gil

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